Me siento en el sillón de la sala y observo de costado mi rutina teñida en matices grises y aburridos. Una melodía ecléctica que por momentos esconde un tono misterioso y a veces se torna algo tenebrosa suena desde abajo.
Los lunes, mis parpados se abren cuando los del sol todavía no lo han hecho. Camino sesenta veces, doce pasos hasta la oficina y allí paso todo el día. Sentado, con la cara casi pegada a los informes que debo organizar.
Los martes, mis dedos largos tocan tonadas tétricas en el piano que llena mi cuarto.
Los miércoles, y a mitad de la semana, mi cuerpo siente mis años vividos atormentándome las rodillas mientras veo el pronóstico del tiempo tirado en la cama.
Los jueves, llamo a mi madre ausente. Y cuando atiende la contestadora no me molesto en dejar mensajes porque se que no se molestará en revisarlos.
Los viernes, camino de nuevo sesenta veces doce pasos hasta la oficina. ¿O eran doce veces sesenta pasos?,... Ya lo olvidé.
Los sábados, me encuentro con la soledad de un atardecer desteñido que golpea mis persianas y mis puertas.
Y los domingos... Los domingos me siento en el sillón de mi sala a observar mi rutina color gris que aun no me completa. No me completa, pero todavía no me cansa...
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