Bailaba jazz.

Exquisitamente rara.

Llevaba lentes de nerd negros que enmarcaban sus ojos aguados y verdes. Las pestañas zigzagueaban en rimmel con perfume melancólico, y una suave línea oscura cerraba un circuito en sus pupilas.

Cabellos tijereteados moldeando un casco despeinado y vistoso que daban ganas de imitar, en colores violáceos. Una vez los vi naranjas.

En su labio rojo cobrizo bailaba una piecita de metal. Brillaba ante los flashes de la incesante cámara de fotos.

A veces de leopardo, otras con frases duras y decisivas. Me encantaban sus remeras.

Zapatillas algo grandes, o zapatitos de charol diminutos brillando un azabache.

Un perfume especialmente galáctico que comenzaba en su cuello pálido y recorría cada línea sinuosa de su ser.

Uñas largas brillando un esmalte de juguete prolijo.

Bailaba como esqueleto de jazz y su voz casi nasal encajaba perfecto en la imagen ridícula de sus videos caseros.

Ella era un poco más que diferente. Lo suficiente para llamar la atención de algunos otros.

Un lunar tapado por la ceja.

Medias bicolores girando en los pedales de su bicicleta.

No se cansaba de bailar jazz simulado, en su cuarto. Sola.