Ticket.

Un ticket gratis al cine de la vida.
Una entrada dorada para cada uno. Es importante, pero no por que brilla o por el premio.
Es importante porque pocos lo tienen. O, mejor dicho, le damos importancia porque pocos pueden tenerlo.
Ese boleto viene desde siempre, pegado a la piel para no perderlo.
Y va hacia donde nosotros vamos proyectando cada imagen real o irreal que forma parte de nuestro mundo.
A veces la imagen se quema un poco y la saturación no nos deja ver los colores verdaderos.
Otras se nubla todo en un llanto desenfrenado.
La pantalla nos representa en dos dimensiones. No hay subtítulos, no todos pueden entender esta filmación siniestramente larga que está en cartelera una sola vez.
Morir y matar no es tan difícil. Romper el boleto y dejarlo en partes sobre las butacas de los demás.
No hay problema si queda un desastre. Todo queda en sus manos, la película terminó.


Volvemos a nacer. Otro ticket, otra película y otra vida. Lo presenté a tiempo, que suerte.
No me acuerdo nada, es otra realidad. Las butacas son distintas, la pantalla tiene otra forma, la saturación no me causa lo mismo que antes.
¿Malo o bueno? No lo sé. Es otra película que recién empieza...