Que curioso que cuando nuestra alma salta a los extremos de los sentimientos, nuestro cuerpo reacciona de la misma manera. Nuestros ojos llueven iguales. Nuestras lagrimas caen celestes.
Demasiado feliz. Demasiado triste. Ahí estan corriendo por tus pómulos y asaltando tu cuello.
Un llanto redentor en el que los sollozos se confunden con las risas. Y en el que el ceño fruncido no se reconoce en la lista de rostros enojados.
Tus parpados se arrugan. Tus labios se curvan. No importa si hacia arriba o hacia abajo. Las lágrimas empañan tu piel y no se distinguen las muecas de payaso.
Temblás como si un cruel invierno asaltara tus huesos aún cuando la primavera no se ha marchado.
Y tu espalda: ¿curvada y quebrada en suspiros... o erguida en serenidad?
No le des importancia a las vueltas sobre las que mi cabeza gira. Lágrimas siguen corriendo y empapando cuellos de camisas. Solo acalla mis incertidumbres para saber que hacer:
¿Tus sollozos son risas o lamentos?
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