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lunes, 3 de junio de 2013

Disparos a las 3:48 am

Solo se escucha el eco de la gota de agua que cae desde el lavamanos hasta el fondo de las tuberías.
Luego un rasqueteo pertinente que debe ser el gato aseándose. ¿Hacen algo más que dormir y lamerse? Ah sí, comer y dejar pelos en mi ropa.
No hay autos que se escuchen pasar por la calle, ni siquiera motores a lo lejos.
Estoy en ese punto en el que la realidad se empieza a entrelazar con el inconsciente y no sé qué está pasando. No sé si es un sueño o qué pero muevo un poco el brazo para que la gata se vaya a la cocina. Otro intento en vano y me desvelo.
Entonces un sonido rompe el aire de repente. Y lo vuelve a romper, rasgándolo cada vez más. 
Son cinco estruendosos disparos. Uno - gritos - Dos. Tres - llantos - Cuatro -Silencio - Cinco.
¿Es real o sigo tejiéndome con los sueños?
Me levanto, me incorporo. Le tengo miedo a la oscuridad pero no quiero prender la luz para que no me vean desde la calle.
La imagen se pinta entre las rejas del balcón. Todo es color amarillo porque todavía no amanece y las lámparas de las calles están sucias y viejas, alguna que otra parpadea lúgubremente. 
Puedo ver una mujer en el piso pero el Fiat blanco me la tapa casi por completo. Ella llora y a veces le ruega a la sombra que se alza del concreto: "¡No me dejes!"
La sombra cobra vida pero no se da vuelta, solo mantiene su brazo estirado que sostiene una mano, que sostiene unos largos dedos, que articulan un arma brillante.



Apenas pasaron unos diez segundos pero parece una eternidad. Me levanto sin pensarlo y choco contra la mesa ratona, mi celular cae al suelo y me tiro con él.
Marco 9-1-1
“-Hola, ¿Cual es su emergencia?”
Le explico al hombre lo que mis ojos están viendo a través de la ventana del primer piso. No parece interesado y anota mal la dirección. Lo corrijo pero no sé si lo tiene en cuenta.
Vuelvo a la cama. La adrenalina recorre mis venas como caballos en una persecución del viejo oeste. Escucho el trote alborotado pero trato de focalizarme.
Intento dormir. Intento no escuchar sollozos o amenazas.
Antes de cerrar los parpados se reflejan el azul y el rojo deambulantes en la pared, ¡llego un patrullero!
Me levanto torpemente y con las manos pegadas contra el cristal frio observo el patrullero que se detiene en la esquina.
Mira un poco desde la ventana y no son más de veinte segundos que ya emprende el regreso a su unidad.
Al lado del Fiat blanco ya no hay nadie. No hay sangre, no hay súplicas, no hay dedos largos sosteniendo las balas. Sé que no fue un sueño, pero no puedo hacer nada más que volver a la cama e intentar dormir.


Intentar hundirme entre las frazadas rojas borravino que me abrazan y me besan y me dejan soñar una noche tranquila.

-o-

Relato basado en mi "linda" experiencia de anoche. Impotencia frente a cuanto tardó el patrullero pero tambien frente a la desaparicion de cualquier rastro de realidad.

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