Ya la luna sube por el horizonte azulado.
Y canta para adentro una canción que solo ella conoce.
Las estrellas, una por una, se encienden dibujando un camino.
Y las nubes parpadean una vez más antes de irse a dormir.
Los árboles estirados de los campos se mecen cada vez as despacio,
y les piden al viento que los dejen soñar tranquilos.
Quiero mirar aún más lejos de lo que se puede,
pero una cortina de montañas me lo impide.
Bastón en mano y cabeza en alto. No me detengo.
La mochila a mis espaldas parece no pesarme más,
y mis piernas que tanto se quejaban
ahora guardan ferviente silencio.
Dejo el bastón a un costado del camino que yo he armado.
Respiro el aire fresco que la noche me ofrece
y continúo caminando en búsqueda de algo nuevo.
Algo diferente.
Quiero danzar sobre el horizonte.
Como si este fuera una cuerda,
y yo un equilibrista circense.
Yo sigo marchando fiel al sendero.
Y el horizonte sigue recostado.
Pero jamás lo alcanzo,
pues se que quiere jugar con migo.
Los árboles siguen columpiándose,
y la luna sigue cantando para adentro aquella canción.
Las estrellas titilan con gracia,
y las nubes duermen en silencio.
Pero el horizonte nunca llega a mi,
o yo nunca llego a el.
Y tristemente, cada paso que me acerca,
parece alejarme.
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