Las luces queman.

Las luces queman. Las amarillas recorren mi frente expulsando adrenalina. Las blancas se filtran por mi piel y me llenan por dentro. Cada cable infinito donde debe estar; cada silla, cada nota, cada persona en su asiento.
Mis ojos desesperados recorren la letra una y otra vez. Mis dedos ansiosos envuelven las cuerdas de metal que sueltan destellos de ansiedad. Ansiedad de vibrar y hacer vibrar.
Entonces una voz amiga dice mi nombre y mis pupilas se dilatan en auto reflejo. Sonrío con impaciencia y me dirijo al público sin pensar mucho las palabras.
Como si salieran solas. Como si una parte de mi hablara y la otra se concentrara en algo más.
Silencio. Aplausos. Silencio. Mi voz y mi guitarra. Las luces quemando mi piel. La música llenando los pasillos del teatro. Aplausos. Se cierra el telón y suspiro.
Las luces ya no queman. Mis pupilas almendradas se relajan. Mis dedos calmados y las cuerdas satisfechas. El remolino de emociones me dejó despeinada pero contenta... siempre contenta.